Del jardín al barco y de jardinero a agricultor.
Diálogos sobre el génesis I
Pensé que por ir a hablar con él, no perdería nada, además, si se confirmaban los rumores de que era un experto, podía incluso aprovechar para que me aclarará algunas de las cuestiones que tenía. Así pues, me fui a desayunar y haciéndome el encontradizo, hable con él.
Tras entrar, nuestras miradas se cruzaron, le saludé y con un gesto muy suyo, me invito a ir a su lado, no perdí la oportunidad y fui a su encuentro.
Nada más sentarme empezamos a hablar, parecía que le divertía lo que le contaba.
—Estoy leyendo el relato del primer jardinero, aun me pregunto: ¿porque fue tan incauto?.
—¿Por qué dices eso?
—Te explico, una de las cosas que no entiendo es ese deseo de alcanzar una sabiduría, pues se sabe, que si se consigue, uno toma conciencia de que va a morir.
Su sonrisa invadió su rostro al oírme hablar de esta forma, su mirada mostró interés. Se que el relato que le estaba contando, él ya lo había utilizado, había escogido otra parte del mismo, para hablar sobre la pareja.
— Pero es que además, “eso”, le comporto el ser expulsado de un jardín muy especial.
— Todos los jardines, son especiales —me interrumpió, y tras un leve momento me comento— Yo conocí uno que tuvieron que poner un guardia en su entrada, ¡menos mal!, que al final el agua lo arraso, todo quedo inundado y ya no tuvieron que preocuparse más de guardar su entrada.
—¡Estamos hablando del mismo jardín!.
Al estar hablando con él me sucedió algo extraño, mis argumentos perdían fuerza y mis certezas se tambaleaban. Al sentir su sonrisa, me pareció que perdía mis convicciones y, cuando me miraba, me sentía invitado a quererlo.
¡Quién pudiera volver a ese jardín! Pensé, ahora ya se que no podré encontrarlo, el agua lo había arrasado, pero aun me quedaba una esperanza, entre mis recuerdos, encontré un pequeño detalle que podría…
—¡Si!, —exclamé, sin poderme contener— no todo estaba perdido, antes de que viniera el agua y cubriera el jardín, hubo un hombre que recogió toda clase de alimentos y los guardo y eso debía de incluir todas las semillas.
Se rió amigablemente. Me hizo sentir que le divertía mi ocurrencia y continuo mi argumento.
—Si su primer trabajo fue el de jardinero, como buen jardinero debería de haber guardado toda clase de semillas.
—¿Te gustan los jardines?
—Si, claro que me gustan. Siempre que puedo, busco “la semilla”.
—¿La semilla?
—¡Si! La del árbol que estaba en el medio.
—¿A cual de ellos te refieres?.
Seguro que sabía a cual me refería, pero su pregunta me hizo dudar. No había un árbol en medio, había dos árboles, en el relato se comenta que uno abría los ojos y otro daba vida.
¡Que ingenuo fue el jardinero y su mujer! Prefirieron abrir los ojos antes que vivir.
Aunque pensándolo bien, ellos ya vivían, así pues, no les debía de preocupar mucho, y quizás justamente por eso, empezaron a mirar de reojo el otro árbol.
—Mejor dicho, “las semillas” —rectifique, y aproveché para intentar que me aclarara una cuestión— Aunque hablando de árboles. Me gustaría que me expliques eso de los dos árboles.
—¿No lo entiendes?
—No entiendo, es esa necesidad de sentir; ¡no entiendo!, que solo sea para ellos.
—¿Para ellos?
—Si, para los pobres… o para los perseguidos…—le conteste mostrando mi enojo y enfado, mientras me percataba que mi ceguera se hacía más latente a cada palabra que decía. Parecía que eso a él no le importaba, no se alteraba por nada y sin perder su sonrisa me rectificó:
—Eres un poco torpe. No es para ellos, es de ellos… Aún que también pueden entrar otros.
Mi enfado desapareció de golpe, recapitule y comprobé que tenía razón. No es para ellos, es de ellos. Aunque, ahora que lo decía, no se me paso por alto eso de que hay otra forma de entrar, es decir, podían entrar otros.
Fue un acierto el ir, ahora si que puedo decir que se quién tiene “las semillas”. Quién las puede hacer germinar, quién puede comer de esos frutos… Las tienen ellos: los pobres… los perseguidos…, es decir, si las quiero encontrar y poderlas tener en mis manos, y sentir que son mías, tendré que ser como ellos.
—Ya te veo arruinado y huido, haciendo de jardinero— se ríe con ganas —además de labrar y guardar el jardín —me remarca en medio de su carcajada.
—Aún no he conseguido “las semillas”— protesto, sabiendo que se va a reír más. Y a regañadientes y con poco acierto, le intento devolver “la alegoría” —Siempre me he resistido a admitir que fuera un acierto, aquella alabanza que hiciste.
—¿A cual te refieres?
— ¡Si! Aquella en la que decías, que por su plugo, oculto estas cosas a los sabios y prudentes y las revelo a los pequeños.
Pero en vez de reprochar mi arrebato, me hace recordar como termina la alabanza, y no tengo más remedio que volver a recomponerme.
—No me negarás que te siente aliviado. Al llegar te he visto un poco fatigado e incluso estabas un poco cargado.
—Si. Es verdad…
Fuentes: Gén 2,8s; Gén 3,6.23s; Gén 6,21; Gén 7,19; Mt 5,3.10; Mt 7,21; Mt 11,25.28
Pensé que por ir a hablar con él, no perdería nada, además, si se confirmaban los rumores de que era un experto, podía incluso aprovechar para que me aclarará algunas de las cuestiones que tenía. Así pues, me fui a desayunar y haciéndome el encontradizo, hable con él.
Tras entrar, nuestras miradas se cruzaron, le saludé y con un gesto muy suyo, me invito a ir a su lado, no perdí la oportunidad y fui a su encuentro.
Nada más sentarme empezamos a hablar, parecía que le divertía lo que le contaba.
—Estoy leyendo el relato del primer jardinero, aun me pregunto: ¿porque fue tan incauto?.
—¿Por qué dices eso?
—Te explico, una de las cosas que no entiendo es ese deseo de alcanzar una sabiduría, pues se sabe, que si se consigue, uno toma conciencia de que va a morir.
Su sonrisa invadió su rostro al oírme hablar de esta forma, su mirada mostró interés. Se que el relato que le estaba contando, él ya lo había utilizado, había escogido otra parte del mismo, para hablar sobre la pareja.
— Pero es que además, “eso”, le comporto el ser expulsado de un jardín muy especial.
— Todos los jardines, son especiales —me interrumpió, y tras un leve momento me comento— Yo conocí uno que tuvieron que poner un guardia en su entrada, ¡menos mal!, que al final el agua lo arraso, todo quedo inundado y ya no tuvieron que preocuparse más de guardar su entrada.
—¡Estamos hablando del mismo jardín!.
Al estar hablando con él me sucedió algo extraño, mis argumentos perdían fuerza y mis certezas se tambaleaban. Al sentir su sonrisa, me pareció que perdía mis convicciones y, cuando me miraba, me sentía invitado a quererlo.
¡Quién pudiera volver a ese jardín! Pensé, ahora ya se que no podré encontrarlo, el agua lo había arrasado, pero aun me quedaba una esperanza, entre mis recuerdos, encontré un pequeño detalle que podría…
—¡Si!, —exclamé, sin poderme contener— no todo estaba perdido, antes de que viniera el agua y cubriera el jardín, hubo un hombre que recogió toda clase de alimentos y los guardo y eso debía de incluir todas las semillas.
Se rió amigablemente. Me hizo sentir que le divertía mi ocurrencia y continuo mi argumento.
—Si su primer trabajo fue el de jardinero, como buen jardinero debería de haber guardado toda clase de semillas.
—¿Te gustan los jardines?
—Si, claro que me gustan. Siempre que puedo, busco “la semilla”.
—¿La semilla?
—¡Si! La del árbol que estaba en el medio.
—¿A cual de ellos te refieres?.
Seguro que sabía a cual me refería, pero su pregunta me hizo dudar. No había un árbol en medio, había dos árboles, en el relato se comenta que uno abría los ojos y otro daba vida.
¡Que ingenuo fue el jardinero y su mujer! Prefirieron abrir los ojos antes que vivir.
Aunque pensándolo bien, ellos ya vivían, así pues, no les debía de preocupar mucho, y quizás justamente por eso, empezaron a mirar de reojo el otro árbol.
—Mejor dicho, “las semillas” —rectifique, y aproveché para intentar que me aclarara una cuestión— Aunque hablando de árboles. Me gustaría que me expliques eso de los dos árboles.
—¿No lo entiendes?
—No entiendo, es esa necesidad de sentir; ¡no entiendo!, que solo sea para ellos.
—¿Para ellos?
—Si, para los pobres… o para los perseguidos…—le conteste mostrando mi enojo y enfado, mientras me percataba que mi ceguera se hacía más latente a cada palabra que decía. Parecía que eso a él no le importaba, no se alteraba por nada y sin perder su sonrisa me rectificó:
—Eres un poco torpe. No es para ellos, es de ellos… Aún que también pueden entrar otros.
Mi enfado desapareció de golpe, recapitule y comprobé que tenía razón. No es para ellos, es de ellos. Aunque, ahora que lo decía, no se me paso por alto eso de que hay otra forma de entrar, es decir, podían entrar otros.
Fue un acierto el ir, ahora si que puedo decir que se quién tiene “las semillas”. Quién las puede hacer germinar, quién puede comer de esos frutos… Las tienen ellos: los pobres… los perseguidos…, es decir, si las quiero encontrar y poderlas tener en mis manos, y sentir que son mías, tendré que ser como ellos.
—Ya te veo arruinado y huido, haciendo de jardinero— se ríe con ganas —además de labrar y guardar el jardín —me remarca en medio de su carcajada.
—Aún no he conseguido “las semillas”— protesto, sabiendo que se va a reír más. Y a regañadientes y con poco acierto, le intento devolver “la alegoría” —Siempre me he resistido a admitir que fuera un acierto, aquella alabanza que hiciste.
—¿A cual te refieres?
— ¡Si! Aquella en la que decías, que por su plugo, oculto estas cosas a los sabios y prudentes y las revelo a los pequeños.
Pero en vez de reprochar mi arrebato, me hace recordar como termina la alabanza, y no tengo más remedio que volver a recomponerme.
—No me negarás que te siente aliviado. Al llegar te he visto un poco fatigado e incluso estabas un poco cargado.
—Si. Es verdad…
Fuentes: Gén 2,8s; Gén 3,6.23s; Gén 6,21; Gén 7,19; Mt 5,3.10; Mt 7,21; Mt 11,25.28
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